domingo, 13 de mayo de 2012

La tristeza se puede combatir con unas palabras amables.



            Entra un señor mayor, muy delgado, en un tea shop. Pide a la dependienta una clase determinada de té, y se pone a chalar con ella. Una señora acalorada entra en la tienda. Enseguida, se vuelve a abrir la puerta, aparece un señor y se pone a la cola. La señora acalorada comienza a dar muestras de nerviosismo por la conversación que estaba manteniendo la dependienta con el señor delgado. La dependienta termina de preparar el pedido del señor delgado, se lo entrega y le da el ticket para que le pagara. La señora acalorada avanza hacia el lugar que ocupó el señor delgado en el mostrador y comienza protestar.
            —He venido desde Pozuelo porque han cerrado el tea shop. Ustedes estaban charlando, y yo aquí esperando —dijo ella.
            —Se ha visto que ese señor tenía ganas de charlar. Hay mucha gente que necesita hablar —intervino el último señor en llegar.
            La señora acalorada miró al señor con aire despectivo, como queriendo decirle que se metiera en sus asunto.
            La sonrisa que tenía en su rostro la dependencia, mientras atendía al señor delgado, se transformó en una expresión de tristeza. La dependienta sirvió a la señora acalorada, le dio su ticket, le cobró y ella se marchó sin despedirse.
            —Ni caso, no le haga ni caso. Usted lo hace muy bien. Ha atendido correctamente a ese señor, y hubiera sido muy extraño que no le hubiera respondido a las preguntas que le hacía sobre las propiedades del té que se iba a llevar.
            La expresión de la dependienta se transformó y recuperó la alegría en su rostro. Es muy fácil combatir la tristeza de una persona con unas palabras amables.

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