Entra un señor mayor, muy delgado,
en un tea shop. Pide a la dependienta una clase determinada de té, y se pone a
chalar con ella. Una señora acalorada entra en la tienda. Enseguida, se vuelve
a abrir la puerta, aparece un señor y se pone a la cola. La señora acalorada
comienza a dar muestras de nerviosismo por la conversación que estaba
manteniendo la dependienta con el señor delgado. La dependienta termina de
preparar el pedido del señor delgado, se lo entrega y le da el ticket para que
le pagara. La señora acalorada avanza hacia el lugar que ocupó el señor delgado
en el mostrador y comienza protestar.
—He venido desde Pozuelo porque han
cerrado el tea shop. Ustedes estaban charlando, y yo aquí esperando —dijo ella.
—Se ha visto que ese señor tenía
ganas de charlar. Hay mucha gente que necesita hablar —intervino el último
señor en llegar.
La señora acalorada miró al señor
con aire despectivo, como queriendo decirle que se metiera en sus asunto.
La sonrisa que tenía en su rostro la
dependencia, mientras atendía al señor delgado, se transformó en una expresión
de tristeza. La dependienta sirvió a la señora acalorada, le dio su ticket, le
cobró y ella se marchó sin despedirse.
—Ni caso, no le haga ni caso. Usted
lo hace muy bien. Ha atendido correctamente a ese señor, y hubiera sido muy
extraño que no le hubiera respondido a las preguntas que le hacía sobre las
propiedades del té que se iba a llevar.
La expresión de la dependienta se
transformó y recuperó la alegría en su rostro. Es muy fácil combatir la
tristeza de una persona con unas palabras amables.
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